Pero nosotros no reviviremos jamás nuestra juventud. El pulso de la alegría que palpita en nosotros a los veinte años va debilitándose. Nuestros miembros se fatigan, se embotan nuestros sentidos. Todos nos convertimos en horrorosos polichinelas alucinados por el recuerdo de las pasiones que nos atemorizaron y de las exquisitas tentaciones a las que no tuvimos el valor de ceder.
Busque siempre nuevas sensaciones. Que no le asuste nada…